martes, 1 de noviembre de 2011

TODOS LOS SANTOS día 1 de noviembre



Todos llamados a ser santos
“Una sola cosa es necesaria”
(Lc 10,42): la santidad personal. Este es el secreto de la alegría, la buena nueva para el mundo, la siembra de paz que necesita la sociedad
La fiesta de todos los santos nos recuerda la multitud
de los que han conseguido de un modo definitivo la santidad, y viven
eternamente con Dios en cielo, con un amor que sacia sin saciar. Es también la
fiesta de todos los que estamos llamados a unirnos a los que forman la Iglesia
triunfante: nos anima a desear esa felicidad eterna, que solo en Dios podemos
encontrar. Vivimos en esperanza, de que Dios saciará todo el afán de felicidad que anida en nuestro corazón, como decía San Agustín: “nos has hecho, Señor, para Ti, y nuestro corazón está  inquieto hasta que descanse en Ti”. San Pablo dice que nadie puede imaginar las maravillas que Dios nos tiene reservadas. Saciarán sin saciar, y este
pensamiento de plenitud nos ha de ayudar a llevar la cruz de cada día sin caer
en conformarnos con premios de consolación, con pequeñas compensaciones
efímeras, que a la hora de la verdad son engaños, cartones repintados que
defraudan las ansias de cosas grandes de nuestro corazón.

Estamos llamados a pertenecer a la
familia de Cristo, desde toda la eternidad hemos sido pensados, amados, para
este fin, y para ello hemos sido creados: predestinados como hijos
queridísimos, por puro amor (como comienza diciendo la carta a los Efesios.
Esta gratuidad de la llamada a la amistad con Dios está desarrollada en muchos
otros lugares como 1Tes. 4,3).

Para ello tenemos los medios de siempre, que hay que adaptar a las
circunstancias de cada vida: oración y sacramentos, que son medios y no fines,
el fin es al que se va avanzando como el que va hacia una luz, paso a paso: con
la gracia de Dios, y la lucha alegre, vamos hacia Jesús, a corresponder a su
amor con nuestra correspondencia que se manifiesta en la sensibilidad para
hacer la voluntad de Dios. Con estos medios tenemos experiencia de Dios, como
la tuvo Moisés en el Monte Sinaí ante la zarza ardiendo sin consumirse, cuando
se le manifestó el Señor diciéndole: “descálzate porque este lugar es santo”, y
cuando bajó del monte, cuando su faz reflejaba la luz divina. Es también la
experiencia de San Pablo camino de Damasco: ciego ante la luz, para penetrar en
la luz interior. Eso es la santidad: sentir a Dios en nosotros, sentirse
mirados por Dios que tira de nosotros con suavidad y fuerza hacia arriba, si le
tomamos la mano que nos ofrece para que allá donde está Él también vayamos
nosotros. Esa determinación de seguir a Cristo se va desplegando en una serie
de virtudes que al procurar vivir con alegría y constancia, se va haciendo
heroísmo.

Ha dicho Jesús: “Una sola cosa es necesaria” (Lc 10,42): la santidad personal.
Este es el secreto de la alegría, la buena nueva para el mundo, la siembra de
paz que necesita la sociedad. La gran solución para todo, es la santidad: ese
encuentro personal con Dios, que ponemos –ante el ofrecimiento de su gracia-
buena voluntad, es decir correspondencia: lucha, esfuerzo personal por ser
mejores y hacer el bien, pues la fe, si no va unida a las obras, está muerta.

ORACIÓN PARA PEDIR LA SANTIDAD

Oh Dios, fuente de toda Santidad, por intercesión de tus santos,
que tuvieron en la tierra diversidad de carismas
y un mismo premio en el cielo, haz que caminemos dignamente
en la vocación particular con que nos has llamado
a cada uno de nosotros. Amén.