miércoles, 17 de octubre de 2012

AÑO DE LA FE 2012 - 2013

 
 Jesús es el centro de la fe cristiana.
 El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha revelado su rostro. Él es el cumplimiento de las Escrituras y su intérprete definitivo. Jesucristo no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la carta a los Hebreos, «el que inició y completa nuestra fe» (12,2).
En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío. Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es cómo podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino. La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría del viajero (cf. Sir 34,9-13): el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo? Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20 años.
A María Santísima, Madre de Dios. Le confiamos el Año de la fe, La Virgen María brille siempre como estrella en el camino de la nueva evangelización. Que ella nos ayude a poner en práctica la exhortación del apóstol Pablo: «La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente… Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,16-17). Amén 
 Papa Benedicto XVI

blogenhonordemarainmaculada: Sagrado Corazón de Jesús

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martes, 2 de octubre de 2012

SAN FRANCISCO DE ASIS

Día 4 de octubre
 
 


Alabado sea el  Señor

 

Te alabo, Señor, por tantas maravillas que me hablan de ti.

Te alabo Señor, por tantas alegrías que me  has hecho sentir.

Te alabo, Señor, por este amanecer que me ha llenado de paz.

Te alabo, Señor, a ti descubro mi libertad.

 

Me has dado Señor, el don de tu llamada que me invita a seguir.

Me has dado, Señor, tu gracia que me inunda y que me empuja a seguir.

Me has dado, Señor, hermanos que trabajan y abren su corazón.

Me has dado, Señor, un ser irrepetible, mi yo.

 

Me pides, Señor, que forje con mis manos un presente feliz.

Me pides, Señor, que viva mi respuesta pronunciando un sí.

Me pides, Señor, mirar hacia delante confiando en tu amor.

Aquí estoy Señor, dispón y haz lo que quieras de mí.

 

Te ofrezco, Señor, las fuerzas que me has dado y la ilusión por vivir.

Te ofrezco, Señor, los triunfos y fracasos, el gozar y el sufrir.

 
Te ofrezco, Señor, el tiempo de esperanza, fruto de tu bondad.


Aquí estoy, Señor, dispón y haz lo que quieras de mí.
 

San Francisco