viernes, 8 de enero de 2010

BAUTISMO DE JESUS



No lo necesitaba, se convierte en la ocasión de la primera revelación de Jesús al pueblo pecador y penitente y proyecta su luz sobre la naturaleza y misión de Jesús, al mismo tiempo que prefigura el nuevo Bautismo, en el que Jesús no será el bautizado, sino el que bautiza, y el agua, por la acción del Espíritu y en nombre de la Santísima Trinidad, será no sólo símbolo del perdón de los pecados, sino, además, instrumento eficaz por el que Dios nos perdona y nos hace hijos suyos en el Hijo Unigénito, miembros del Cuerpo de Cristo, del cual Él es la Cabeza, y sus discípulos. Por eso nos llamamos cristianos.
Hoy se revela la gloria de Dios. Hoy también es Epifanía: “Ha aparecido la gracia de Dios que trae la salvación para todos los hombres”.
La voz del cielo autentifica al que se pone en la fila de los pecadores con la proclamación más insólita: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”.
Nosotros, “justificados por su gracia, somos, en esperanza, herederos de la vida eterna”. Ante esta conciencia, posible desde la fe en Cristo, cabe exclamar como el salmista: “Bendice, alma mía al Señor: ¡Dios mío que grande eres!” Y abandonarnos, “porque por su misericordia nos ha salvado, con el baño del segundo nacimiento”.

Es día de renovar nuestro bautismo y de agradecer el don de nuestra adopción filial. También cabe escuchar con sobrecogimiento: “Tú eres mi hijo amado”, y balbucear: “Papá”.

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