“Ha
brillado una luz sobre nosotros, porque nació el Señor, y es su nombre:
«Admirable, Dios, Príncipe de la paz, Padre perpetuo»; y su reino no tendrá
fin”.
Todos
acariciamos en esperanza un futuro mejor que el presente, y, porque esa
esperanza es cierta, trabajamos humildemente para verla cumplida: esperamos un
mundo mejor y, por alcanzarlo, nos hemos hecho operadores de concordia y de
paz.
La
paz, corazón de nuestra fe:
No
veo, de qué manera podría el hombre desear encontrarse con Dios, no veo de qué
manera pudiéramos alegrarnos de ese encuentro, si “encontrar a Dios” no hubiese
significado para nosotros “encontrar la paz” que necesitamos, la justicia de la
que tenemos hambre, el bien que siempre añoramos.
La
paz, el mejor de los bienes que podamos desear, pertenece al corazón de nuestra
fe, pues su llegada se anuncia al mismo tiempo que se anuncia el nacimiento de
nuestro Salvador. Ha nacido el Señor, y es su nombre: «Príncipe de la paz».
Porque
hemos creído, llevamos en el corazón a Cristo y su paz.
Porque
son muchos los que, buscándola, todavía no la hallaron, nosotros trabajamos por
ella, para que la encuentren.
Vosotros
sabéis que llevar la paz al corazón de un hermano es dejarle a Dios en
herencia.
La
paz, corazón de nuestra tarea:
Dios
nuestro Padre, que con providencia amorosa nos llamó al conocimiento de su Hijo
y a la comunión con él, nos ha enviado, ungidos por el Espíritu Santo, como
envió a su propio Hijo. En nuestras manos puso el evangelio para los pobres,
libertad para los cautivos, vista para los ciegos, gracia para los pecadores,
amor para todos.
Si
consideráis vuestra tarea, daréis nombre a la gracia que se os ha concedido
llevar a vuestros hermanos: la gracia del pan, de la educación, de la salud, de
la ternura, de la compasión… Podéis decir que a todos estáis llevando
sacramentos de Cristo Jesús, el único que para toda la humanidad es Pan,
Sabiduría, Salud, Misericordia, Gracia…
Pero
podréis también decir que a todos estáis llevando la paz que necesitan y que
Dios les ofrece.
“Bienaventurados
los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios”. “La paz es
la que engendra los hijos de Dios… es el descanso de los bienaventurados y la
mansión de la eternidad” (San León Magno).
Fr. Santiago
Agrelo Martínez Arzobispo de Tánger
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