(Santa Misa por
la Iglesia con los cardenales en la Capilla Sixtina)
En estas tres Lecturas veo algo en común: el
movimiento. En la Primera Lectura el movimiento es el camino; en la segunda
Lectura, el movimiento está en la edificación de la Iglesia; en la tercera, en
el Evangelio, el movimiento está en la confesión. Caminar, edificar, confesar.
Caminar. Casa de Jacob: “Vengan, caminemos en la luz
del Señor”. Esta es la primera cosa que Dios dijo a Abraham : “Camina en mi
presencia y sé irreprensible”. Caminar: nuestra vida es un camino. Cuando nos
detenemos, la cosa no funciona. Caminar siempre, en presencia al Señor, a la
luz del Señor, tratando de vivir con aquel carácter irreprensible que Dios pide
a Abraham, en su promesa.
Edificar. Edificar la Iglesia, se habla de piedras:
las piedras tienen consistencia; las piedras vivas, piedras ungidas por el
Espíritu Santo. Edificar la Iglesia, la esposa de Cristo, sobre aquella piedra
angular que el mismo Señor, y con otro movimiento de nuestra vida, edificar.
Tercero, confesar. Podemos caminar todo lo que
queramos, podemos edificar tantas cosas, pero si no confesamos a Jesucristo, la
cosa no funciona. Nos convertiríamos en una ONG (Organización No Gubernamental)
de piedad, pero no en la Iglesia, esposa del Señor. Cuando no caminamos, nos
detenemos. Cuando no se construye sobre la piedra ¿qué cosa sucede? Pasa
aquello que sucede a los niños en la playa cuando construyen castillos de
arena, todo se desmorona, no tiene consistencia. Cuando no se confesa a
Jesucristo, me viene la frase de León Bloy “Quien no reza al Señor, reza al
diablo”. Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del
diablo, la mundanidad del demonio.
Caminar, edificar-construir, confesar. Pero la cosa no
es así de fácil, porque en el caminar, en el construir, en el confesar a veces
hay sacudidas, hay movimiento que no es justamente del camino: es movimiento
que nos echa para atrás.
Este Evangelio continua con una situación especial. El
mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: “Tú eres Cristo, el Hijo
del Dios vivo. Yo te sigo, pero no hablemos de Cruz. Esto no cuenta”. “Te sigo
con otras posibilidades, sin la Cruz”. Cuando caminamos sin la Cruz, cuando
edificamos sin la Cruz y cuando confesamos un Cristo sin Cruz, no somos
Discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales,
papas, pero no discípulos del Señor.
Quisiera que todos, luego de estos días de gracia,
tengamos el coraje – precisamente el coraje – de caminar en presencia del
Señor, con la Cruz del Señor; de edificar la Iglesia sobre la sangre del Señor,
que ha sido derramada sobre la Cruz; y de confesar la única gloria, Cristo
Crucificado. Y así la Iglesia irá adelante.
Deseo que el Espíritu Santo, la oración de la Virgen,
nuestra Madre, conceda a todos nosotros esta gracia: caminar, edificar,
confesar Jesucristo. Así sea.
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