El amor brilla en las almas que tienen a Dios
Oh Dios mío, tu amor me envuelve noche y día.
“Señor, Tú me escrutas y me conoces,
Tú sabes cuándo me siento y cuándo me levanto.
De lejos penetras mis pensamientos,
me escrutas, cuando camino y cuando descanso.
Te son familiares todas mis sendas...
Me envuelves por detrás y por delante
y pones sobre mí tu mano.
¿A dónde iré lejos de tu aliento,
dónde me refugiaré lejos de tu rostro?
Si subo al cielo, allí estás Tú,
y si bajo a los abismos, allí estás Tú.
Si me voy a vivir más allá de los mares,
allí también me guía tu mano y me aferra tu diestra.
Si dijera que, al menos, la oscuridad me cubra
y en torno a mí se haga de noche,
ni siquiera son para ti las tinieblas oscuras,
pues la noche te es clara como el día
y para ti las tinieblas son como la luz...
Mírame, oh Dios, y examina mi corazón.
Pruébame y conoce mis inquietudes.
Y mira, si mi camino es torcido,
y condúceme por sendas de eternidad” (Sal 139).
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