Son cuatro maravillosas semanas donde nos preparamos para celebrar la esperada Navidad, el nacimiento del Mesías y para que preparemos nuestro camino a la salvación.
El Adviento es el tiempo de la presencia y de la
espera de lo eterno. Precisamente por esta razón es, de modo particular, el
tiempo de la alegría, de una alegría interiorizada, que ningún sufrimiento
puede borrar. La alegría por el hecho de que Dios se ha hecho niño. Esta
alegría, invisiblemente presente en nosotros, nos anima a caminar confiados.
Modelo y sostén de este íntimo gozo es la Virgen María, por medio de la cual
nos ha sido dado el Niño Jesús. Que Ella, fiel discípula de su Hijo, nos
obtenga la gracia de vivir este tiempo litúrgico vigilantes y diligentes en la
espera. Amén.
Benedicto
XVI
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