Para un creyente, el tiempo de descanso
tiene una referencia evangélica. Si miramos a Jesús, Él nos enseña a vivir de
forma armoniosa y equilibrada. Es revelador el texto del Evangelio de San
Marcos, en el que se narra una jornada del Maestro de Nazaret (Mc 1, 21-38).
El relato evangélico
describe la estancia de Jesús en la sinagoga, desde la que se desplaza a la
casa de Pedro para comer; al atardecer cura a muchas personas de sus
enfermedades, y el texto continúa: “De madrugada, cuando todavía estaba muy
oscuro, se levantó, salió y fue a un lugar solitario y allí se puso a hacer
oración.”
En otro de los pasajes
del Evangelio consta que el Maestro,
invita a sus discípulos: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario,
para descansar un poco». Pues los que iban y venían eran muchos, y no les
quedaba tiempo ni para comer. Y se fueron en la barca, aparte, a un lugar
solitario.” (Mc 6, 31-32)
Contemplando a la
persona de Jesús, ayuda mucho verle necesitado de la casa de sus amigos, y que
acepta las invitaciones que le hacen. También que se va a la orilla del mar,
pasea por la ribera, sube al monte, pasa la noche en descampado…
Jesús nos dio ejemplo
de vida, y tendremos que mirarle a Él para no errar en nuestras formas agitadas,
hacendosas, compulsivas de vivir, y saber introducir en nuestra agenda los
llamados “espacios verdes”, que no solo significan descanso físico, sino
también relación contemplativa, amorosa, orante.
Las relaciones amigas,
el descanso corporal, la lectura, la oración, la salida de toda endogamia ayuda
a recuperar fuerzas, a serenar el corazón, a aflojar la tensión emocional que
produce la delicada convivencia cotidiana.
Tiempo de descanso, y
si no sales de casa por lo que sea, intenta introducir algún cambio de ritmo y
de relaciones, procura intensificar la dimensión teologal, trascendente, para
no quedar atrapado en la inercia y el acostumbramiento nocivos.
¡Feliz verano!
Ángel Moreno de Buenafuente
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